Hace muchos años trabajé en el Centro de
Rehabilitación Mental de Santo Domingo. Entre los casos de síndrome
postraumático de guerra más extraños que traté, estaba el de un joven soldado
cuyos compañeros habían muerto todos en combate; el joven fue encontrado por un
grupo de campesinos, escondido en una pequeña cueva junto a un arroyo, temblando
y al parecer había perdido el habla, se encontraba en un estado de shock del
que jamás se pudo recuperar.
Pero una noche de tormenta me buscó y ante mi
sorpresa habló por primera vez accediendo a contarme una historia que no puedo
calificar más que de horrorífica. Ignoro qué razón lo llevó a imaginar
semejante alucinación. He aquí su relato:
“La noche estaba ya bien entrada cuando el capitán
dio la orden de detenernos, habíamos estado avanzando a través de la jungla
sofocante por cerca de seis horas sin encontrar rastro de los rebeldes. Ellos nos
tendieron una trampa…habíamos estado siguiendo una pista falsa; nos
sorprendieron y emboscaron nuestra unidad, ahora solo éramos cuatro
sobrevivientes tratando de salvar nuestras vidas. Sé que no es digno de un
soldado huir pero… ¿Qué otra cosa podíamos haber hecho? Éramos solo cuatro
contra…demasiados.
Nos sentamos lentamente y en silencio, la oscuridad
se había hecho muy densa y gruesas gotas de lluvia habían reemplazado la
pertinaz llovizna que nos había acompañado durante todo el día, tratamos de
protegernos como pudimos del aguacero.
Imagino que debíamos presentar un aspecto
lamentable; vi el dolor en el rostro del capitán y mis compañeros, creo que esto
es demasiado, es decir, cuando te haces soldado crees que eres invencible, nada
te puede destruir porque ERES EL BUENO, luchas por la paz y la justicia y aunque
sabes que es probable que estas situaciones puedan ocurrir; al momento de la
verdad nunca estás preparado…para ver morir a tus compañeros, a tus amigos, los
hombres con los que te has formado y has compartido tanto, tus hermanos.
Saqué de mi bolsillo la fotografía de Luisa y
la contemplé, se la había tomado durante un atardecer en las playas de
Cartagena. Lucía hermosa con su cabello rizado, al aire, y me sonreía como solo
ella sabía hacerlo.
Miré a mis compañeros, Gary era alto y
larguirucho, tenía la mirada perdida en algún lugar, la verdad es que casi no
hablaba con él, era un tipo de pocas palabras y pocos amigos. Mario había
encontrado una roca donde sentarse y parecía estar llorando pero trataba de
disimularlo. El capitán; que se había alejado un poco, regresó y ordenó que
descansáramos e impartió los turnos para hacer la guardia, a mi me asignó el
tercer turno, después de Gary. Traté de descansar haciendo caso omiso a los
insectos que me torturaban y fue entonces cuando creí escucharlo, era como suaves
murmullos que parecían provenir de todas partes. Inmediatamente alerté a los
demás, ellos también lo escucharon, Mario especuló que podría tratarse de un
pueblo en las cercanías, pero el capitán receló, dijo que podría tratarse de un
campamento rebelde, de repente los murmullos cesaron y el bosque volvió al
monótono sonido de la lluvia, esperamos cerca de media hora pero no volvieron a
repetirse.
La lluvia fue amainando y me quedé dormido.
Todavía hoy me parece escuchar el grito de Gary que me despertó. No fue
exactamente un grito, mas bien fue… ¡Dios! como un alarido, un alarido de
terror que me heló las venas, nos levantamos y empuñamos nuestros fusiles, Gary
no estaba en el puesto de guardia, se escuchaban risas como de muchas personas
a nuestro alrededor, no podíamos verlas, pero era evidente que se burlaban de
nosotros y se deleitaban con nuestro miedo, el capitán daba gritos pidiendo a
los extraños que se identificaran so pena de abrir fuego, pero las risas
aumentaron a crueles y macabras carcajadas. Entonces volvimos a escuchar a Gary
pidiendo auxilio a gritos y corrimos hacia la dirección de donde provenían
disparando hacia atrás, hacia la espesura.
No sé exactamente cuanto corrimos, calculo que
cerca de un kilómetro; solo sé que los gritos de terror de Gary siempre se
escuchaban a la misma distancia por más que intentábamos llegar a él; hasta que
repentinamente cesaron y nos detuvimos, al parecer quienes quiera que fueran
los de las risas misteriosas no nos habían seguido, de todos modos permanecimos
espalda contra espalda con los fusiles en posición de tiro.
La lluvia finalmente había terminado y las
nubes comenzaron a dispersarse, el brillo de la luna iluminó las copas de los
árboles altos, mas no a nosotros porque la vegetación era muy tupida, reinaba
un silencio casi absoluto, tal vez fuera mejor así, en el estado en que nos
encontrábamos si una lechuza hubiera cantado la hubiéramos callado con un
torrente de balas.
Transcurrieron cerca de dos horas que ayudaron
a que calmáramos un poco nuestros alterados ánimos, el capitán trató de
elevarnos la moral, afirmó que los rebeldes fueron muy listos y que los
felicitaba porque lograron asustarlo a él y secuestrar a uno de sus hombres en
sus narices, pero que por el bien de ellos era mejor que no le hubieran hecho
daño…
Pero yo, y estoy seguro que Mario también,
dudábamos.
Repentinamente una brisa helada se filtró entre
los árboles que se estremecieron, el capitán se había quedado mudo en medio de
su arenga mirando en todas direcciones, mis sentidos estaban aguzados al máximo…de
repente los vimos a nuestro alrededor, eran como siluetas, sombras borrosas,
que saltaban a gran velocidad entre las ramas de los árboles que nos rodeaban y
luego se abalanzaron sobre nosotros, creo que podría compararlo a estar en
medio de una bandada de aves o murciélagos gigantes, se movían entre nosotros,
rozando nuestros cuerpos, arañando nuestros brazos y rostros, era horrible,
gritábamos y tratábamos de protegernos y de alejarlos golpeándoles o
disparándoles pero extrañamente nuestros puños solo se encontraban con el aire,
y las balas parecían no afectarles en lo más mínimo. En nuestra desesperación
hicimos lo único que el instinto nos aconsejó, echar nuevamente a correr.
A pesar del terror que nos invadió por lo menos
permanecimos juntos, los dejamos atrás pero no por mucho tiempo, mientras
corríamos escuchábamos un constante revoloteo tras nosotros y al volver la
vista distinguí una espesa nube negra que avanzaba sobre los árboles en nuestra
dirección.
Corrimos y corrimos a través de la selva hasta
quedar sin aliento, hasta que nuestras fuerzas llegaron casi al límite y caímos
en la tierra húmeda y lodosa esperando lo que el destino nos deparase, cuando
reparamos en que nuevamente estábamos solos, noté algo de alivio en Mario y el
capitán, pero había algo que no me cuadraba, fueran lo que fueran esas
criaturas eran muy rápidas, no lograba entender por que no nos habían dado
alcance y un pensamiento cruzó por mi mente, pero lo aparté deseando que solo
fuera algo infundado.
Pasó cerca de una hora, Mario finalmente no
pudo más y rompió a llorar, el capitán había permanecido arrodillado con la
vista en el suelo y lo miró como si fuera a reprenderlo, pero no hizo nada y
volvió a clavar la mirada a la tierra, ahora era un hombre derrotado, no solo
en las armas sino en su alma; no sabíamos que hacer, como actuar ni qué pensar,
esto parecía una pesadilla, una cruel y horrible pesadilla.
Entonces algo llamó mi atención, en la lejanía sobresalía
una pequeña colina y cerca de su cumbre se distinguía el débil pero inconfundible
brillo de una hoguera.
El pequeño fulgor anaranjado nos arrojó una luz
de esperanza y de inmediato apresuramos el paso hacia allá sin importar lo
exhaustos que estábamos, solo deseando
salir cuanto antes de esa selva maldita, no se por qué pero sinceramente
creíamos que el fuego alejaría los fantasmas o lo que fueran, como cuando eres
niño y estás seguro que si mantienes encendida la lámpara junto a tu cama el
monstruo del armario no se atreverá a salir. Tal vez suene un poco egoísta pero
en ese momento no nos importaba mas nada; no pensábamos ni siquiera en qué
había sido de Gary; toda nuestra mente, toda nuestra energía y nuestra fuerza
estaban concentradas en llegar hacia ese diminuto punto de luz.
La colina se encontraba del otro lado de un
pequeño valle que descendimos para atravesar, En el fondo lo cruzaba un arroyuelo
de aguas cristalinas que brillaba a la luz de la luna.
Todos los arroyos llevan a alguna parte y
medité la idea de que tal vez fuera mejor seguir su curso en lugar de subir la
loma, pero deseché la idea porque la fogata se encontraba ahora muy cerca y nos
atraía cual poder hipnótico hacia una supuesta seguridad. ¡Dios mío! ¿Por qué
no hice caso a esa voz interior?
Ascendimos por la suave pendiente, a medida que
subíamos la vegetación se hacia menos densa. La cima estaba despoblada de
árboles pero cubierta de maleza alta y pegajosa; avanzamos a través de ella
atraídos hacia la claridad con nuestros fusiles listos, a pesar de la evidente
inutilidad de éstos, nos resistíamos a dejarlos, pues como nos habían enseñado:
un soldado puede abandonar su misión, sus órdenes y hasta su vida, pero jamás
su fusil.
Finalmente salimos de la maleza y divisamos la
hoguera, estaba en medio de un claro a unos doscientos metros y a su alrededor
había un grupo de personas de pié rodeándola en círculo, personas de carne y hueso, no sombras
ni fantasmas. Fuimos hacia ellos convencidos de dirigirnos a la salvación.
A medida que nos acercábamos nos pareció que
hablaban o murmuraban entre ellos. Nos detuvimos sorprendidos a pocos pasos del
círculo, todos vestían togas negras, los hombres eran calvos o con la cabeza
rapada y las mujeres usaban una caperuza o capuchón sobre el cabello, eran
bastante pálidos aunque de facciones hermosas; mantenían los ojos cerrados y
sus brazos extendidos a ambos lados del cuerpo unidos con sus vecinos por las
palmas de las manos levantadas, pero no estaban inmóviles, no, se mecían
suavemente a uno y otro lado al compás de sus murmullos, que ahora pude
identificar como una especie de cántico ininteligible.
Por un momento no supimos que hacer,
aparentemente no nos habían visto; el capitán se adelantó y saludó en voz alta
identificándose y solicitándoles ayuda, pero ellos ni siquiera se dieron por
enterados, por el contrario, la entonación del cántico subió de tono. La
situación no me agradaba en lo más mínimo, había algo en el himno, no sé con
exactitud que era porque no lo entendía pero me daba la sensación de algo
profano…una blasfemia…
El capitán avanzó decidido y tocó en el hombro
a uno de ellos y el cántico cesó de repente, los danzantes se detuvieron al
unísono y se quedaron inmóviles, entonces el círculo se abrió un poco, justo
donde estaba el capitán, como invitándole a entrar, aún permanecían con los
ojos cerrados.
Mario me agarro del brazo y esto me sobresaltó,
estaba temblando y me señalaba el suelo; miré y me agaché a recogerlo, era un
pedazo de tela rasgado y manchado de sangre, lo solté en el acto, era
inconfundible, el camuflado del ejército.
Miré a Mario, su rostro atemorizado me
evidenció que el estaba pensando lo mismo que yo.
De repente escuchamos el chasquido del fusil
del capitán al caer sobre la arena, estaba dentro del círculo que se había
cerrado nuevamente tras él… y los seres…abrieron los ojos.
Me quedé horrorizado contemplándolos, eran ojos
malignos, demoníacos, totalmente blancos sin pupilas y totalmente carentes de
vida. Uno de los sujetos se había quedado con la vista fija en mí
- ¿capitán? - dijo Mario con voz suplicante. Pero
no contestó. Entre tanto una de las jóvenes se adelantó en el círculo, parecía
mirar directamente a los ojos del capitán, no podíamos ver la reacción de éste
porque estaba de espaldas a nosotros, los demás reanudaron suavemente su
rítmico balanceo acompañado de su canto; el capitán avanzó tres pasos hacia la
hoguera y se detuvo.
Entonces fuimos testigos de algo…imposible…, la
joven, con los brazos extendidos hacia los lados comenzó a levitar, y se elevó
en el aire hasta unos cuatro metros hasta ubicarse justo sobre el fuego, acto
seguido bajó los brazos y luego extendió el izquierdo hacia el capitán, el coro
creció en intensidad y movimientos.
Y contemplamos horrorizados como el capitán
comenzó también a elevarse, parecía tener el cuerpo rígido y cuando llegó a
ella, ambos giraron en ángulo de 90 grados y pudimos ver el rostro de él, era
una mueca de terror, sus dientes estaban apretados como tratando de decirnos
algo pero sin poder hacerlo y sus ojos angustiados y bañados en lágrimas
miraban suplicantes hacia nosotros que, impotentes no podíamos hacer nada.
Lo que vimos después…honestamente…
(Aquí el paciente tuvo un ataque de llanto e
histeria, pero después de unos minutos se sosegó y continuó)
Su rostro… ¡Oh Dios!, su rostro…empezó a
transformarse de una manera horripilante…, su cráneo se estiró hacia arriba
dejando caer el capuchón y dándole una forma aberrante a su cabeza, sus ojos se
estiraron también hacia arriba y se achinaron, pero solo en los extremos pues
en la parte cercana al puente de la nariz no se movieron, pero lo peor de todo
fue su boca…la quijada se estiró hacia abajo y sus dientes crecieron de una
manera grotesca, tan solo los colmillos sobresalían unos quince centímetros. Ahora
el cántico era alto, casi ensordecedor, en un lenguaje que, a pesar de mi
escaso conocimiento de idiomas estoy seguro que nadie había escuchado.
Y la horrenda criatura, apretando al capitán
contra su cuerpo le clavó violentamente los largos dientes en su cuello, casi
pude escuchar los huesos de la clavícula romperse como madera podrida, creo que
bebía su sangre, pero lo hacía voraz y salvajemente como una fiera hambrienta.
El infame coro llegó a su clímax, con un estruendo levantaron las manos hacia
el cielo, hacia la luna…que brillaba justo en el cenit.
Entonces la criatura levanto la cabeza y con la
vista puesta en la luna profirió un grito de ultratumba y satisfacción que
retumbó por todo el valle…y soltó el cuerpo del capitán que cayó exánime sobre
el fuego. El grupo profirió a carcajadas.
El pánico se apoderó de mí, mis piernas
flaquearon y caí de rodillas, el nefasto presentimiento que había tenido horas
antes era verdadero, estos monstruos habían estado jugando con nosotros al gato
y al ratón conduciéndonos irremediablemente hasta este lugar para servirles
como víctimas en sus macabros ritos.
Me llevé las manos a la cabeza y la apreté con
fuerza. En nombre del cielo, ¿dónde estaba?, ¿adonde me había traído el
destino?, ¿qué lugar infernal era este bosque en el que los demonios vagaban
libres como amos y señores alimentándose de la sangre y la vida de los humanos?
Un pensamiento…- Mario - abrí los ojos de nuevo
y el grupo había iniciado otra vez el cántico, la criatura había tomado otra
vez su forma humana y había regresado a su puesto; en su lugar ahora estaba uno
de los hombres y Mario se dirigía hacia él sin poderlo evitar.
No…no podía volver a pasar otra vez por lo
mismo, me abalancé sobre él intentando retenerlo pero una fuerza invisible me
lanzó por los aires hacia atrás, no me explico como pero tuve la certeza de que
había sido obra del hombre que me había quedado mirando fijamente.
Mario se detuvo, creo que estaba haciendo un
gran esfuerzo o haciendo uso de todas sus fuerzas y logró mascullar algo entre
dientes…
- ¡Huye! - y de repente volvió la cabeza hacia
el frente y comenzó a elevarse hacia el hombre que ya lo esperaba flotando
sobre el fuego.
Espero que se me pueda comprender, me dolió
dejar a Mario, pero…yo ya no podía hacer nada por él y de verdad no quería
presenciar…Así que me lancé a la carrera.
No bajé la colina por la misma ruta de acenso
sino por el lado al que se dirigía la corriente del arroyo, allí había árboles
otra vez, de hecho en esta parte el bosque era mas enmarañado, la luna estaba
oculta momentáneamente por una nube así que andaba casi a ciegas, guiado
únicamente por el más básico instinto de supervivencia; corría…mas bien
galopaba entre el espeso follaje y no pude evitarlo…no vi llegar el precipicio
y resbalé pendiente abajo, traté de aferrarme a hojas y ramas durante la caída
pero fue inútil.
No se cuanto permanecí inconsciente pero estoy
seguro que habían pasado varias horas porque ya no había luna y el cielo pasaba
a un color azul turquí, desperté semi-sumergido en el pedregoso lecho del
arroyo, tenía todo el cuerpo adolorido y me dolía terriblemente el brazo
derecho, probablemente se trataba de una fractura.
Me incorporé dificultosamente y avancé, traté
de no pensar en lo que había pasado y solo me concentré en caminar, pero no
pude, la risa macabra resonaba fría y malvada en mi cabeza.
Repentinamente caí en cuenta que estaba
equivocado, la risa no estaba en mi cabeza, a unos metros de mí y encaramado en
una rama, la criatura de la vista fija me estaba observando. Asustado traté de
retroceder pero la criatura, rápida como el relámpago se colocó frente a mí,
entonces mi cuerpo dejó de responderme y quedé paralizado, solo mi mente
continuaba lúcida…y empecé a sentirme muy ligero, nos elevamos y nos detuvimos;
la criatura inició su horrible transformación, cerré los ojos, no había salida,
solo esperar lo inevitable pero en mi mente solo tenía una imagen, la
fotografía de mi bolsillo…Luisa, mi amada Luisa…nunca volveré a verte…no
volverás a alegrar mi corazón con tu sonrisa de ángel…mi Luisa…mi amor…
Y caí…con un golpe seco y sordo al chapotear en
el agua, podía moverme de nuevo y me pareció ver a la criatura retorcerse de
dolor…su mano…algo la había quemado…algo casi insignificante…el primer rayito
de sol que daba por finalizada aquella noche espantosa se filtró como luz
divina a través de los árboles y lo impactó en la mano. La criatura me miró con
un odio feroz y huyó rauda hacia la espesura. Entonces el sol me bañó con su
luz vivificante, celestial y llena de energía, cerré los ojos para sentir su
calor por todo mi cuerpo.
Me incorporé, presentí que al atardecer las
criaturas volverían, así que me alejé riachuelo abajo siguiendo el curso de la
diáfana corriente de agua…
E P Í L O G O
Años después, en mi despacho, la hermosa mujer soltó
el relato trascrito en mi escritorio después de haberlo releído y dejó caer la
vista.
Permanecimos en silencio por unos minutos
- ¿Puedo verlo, doctor? - me miró con rostro
suplicante.
- Lo siento - me quité los lentes, cerré los
ojos y negué con la cabeza. - falleció hace dos meses en uno de sus ataques de
histeria…, tal vez si yo la hubiera encontrado a usted un poco antes… -
Asintió tristemente con la cabeza, me dio las
gracias con un murmullo y se marchó.
A través de mi ventana observé como la señora Luisa se subió al
automóvil donde la esperaban su esposo y su hijo pequeño, y se alejó por la
carretera.
Muchas gracias por participar, Darien. Sobrepasa la extensión permitida (son 600 palabras máximo) pero te invito a participar en otras entregas. Bienvenido a El Círculo de Escritores y un abrazo
ResponderEliminarHola Ana Lía, tienes razón. Creo que no me di cuenta de esa base del concurso. Enseguida subiré al blog de El Circulo de Escritores un relato que cumpla con ese requerimiento, muchas gracias
EliminarDarien quiero decirte que me mantuviste leyendo hasta el final sin parar, digo no es que sea muy largo pero tampoco es un libro aparte no es tedioso y tienes esa sensación de seguir leyendo y leyendo espero que llegues a sacar un libro de algún buen trama de esa gran imaginación que tienes, en fin muchas felicidades y suerte te deseo lo mejor.
ResponderEliminarDennis Fabian, muchas gracias por tus palabras. Son esos mensajes los que animan a seguir adelante y abrirse paso en este difícil mundo de la literatura. Más adelante espero publicar (o autopublicar) una antología con estos relatos que por lo pronto iré subiendo en este blog. Gracias por agregarte y por tus buenos deseos.
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